Madrugadas heladas
Tengo hielo por dentro. La madrugada está helada, no hace frío, no hace calor, y no sé si el otoño ya ha hecho de las suyas deshojando el árbol que me saluda cuando salgo de mi oficina. Me apoyo en la escritura y en la lectura para convencerme de que nada está perdido.No sé si estoy cumpliendo letra por letra lo que el destino me ha pedido que haga. Miro por la ventana y me acompañan los edificios que están en mitad de la autopista. Siempre he visto ese barrio como un barrio cuya función era decorar la entrada de la ciudad. Pero en poco tiempo he descubierto un mundo nuevo y diferente. Laten las paredes, sobre el muro salpican las olas, y hay ropa tendida en las azoteas. Veo el mar, el mismo que durante el verano me ha acompañado en mis paseos por la orilla. Adoro el mar, en invierno o en cualquier estación del año, pero esta es una vista que no quiero ver. Para mí, mi mar, me tiene que tocar y mimar. En un chasquido de dedos, mis proyectos, las metas a corto plazo, cogieron el camino contrario al que tenía previsto. Ahora duerme. Consiguió quedarse dormido mientras metía sus dedos entre mi pelo ensortijado, buscando un asidero para sentirse seguro. Los dedos ya no le huelen a tierra ni a naranjeros. No volverán a tener ese olor. Él es el niño que mira a una adulta que hace lo que sea para que se calme. El lunes se le desordenaron los pensamientos, uno a uno, y yo intento ordenar los míos para digerir lo que ha sucedido. José, el enfermero, me ha visto escribir y me ha preguntado si estoy preparando unas oposiciones. Su hija, nacida en su primer matrimonio, escribe poemas y le gustaría publicar un libro. Le he dicho que cumpla su sueño, desoyendo el ego de los que le llevan kilómetros de distancia, porque al final los sueños nos permite curar las heridas que aparecen por los golpes que nos va dando la vida. Mírame a mí, le dije, ahora no podría sonreír si no estuviera acompañada de libros y libretas. Tu pasión se convierte en curativa. Me llama. En el pasillo se oye mi nombre y suena a dolor y a desesperación. Desde que escucha el ruido de mis zapatos en el borde de la cama me pregunta por mi marido y mis dos hijos. El domingo sí sabía que vivo sola en un piso que está detrás de la iglesia. Se acaba de despertar y necesito ser fuerte. A veces la fuerza no es suficiente para salir a flote. En estas madrugadas, la fuerza también está helada.
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