La lección

Mi madre me estaba esperando para que metiera las manos en la pella y le diera forma. Le puso plátano, porque dice que los plátanos tienen potasio y yo los necesito para los huesos. Ella, como si fuera mi médico, sabe lo que necesito. Mi madre cumplirá ochenta años dentro de unos meses. La semana pasada me dijo que muchas de sus amigas se han ido y que las que quedan se están haciendo viejas. La frase estuvo acompañadme durante unos días. Para mí, mi madre, es la misma mujer que iba a buscarme a la puerta del colegio. Me di cuenta del tiempo que ha pasado. Ocurre que, cuando nos hacemos mayores, no queremos cambios ni esperamos nada. Desde pequeños coleccionamos muchos hola y adiós, pero, aunque sean miles, nunca terminamos de acostumbrarnos. No somos propietarios de nada. No podemos eternizar un minuto o una situación porque nos parezca perfecta. Los meses pasan. Ya casi estamos en verano y hace tres meses cantábamos villancicos. Con los años, además, te das cuenta de que la vida te sorprende, para bien o para mal. Lo que no podemos hacer es esperar sentados a que vengan a buscarte. Unas veces somos maestros y otros alumnos. Mi madre, como muchas veces ha hecho, me ha vuelto a dar una lección. No puedo dejarla escapar.

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