Abrazar como única opción


Tenemos una lista de cosas que queremos hacer cuando se abra la puerta y podamos salir. Hay muchas ganas. Demasiadas. En esa lista que hemos hecho con suma paciencia durante estos días, no está el deseo de ir al gimnasio ni la intención de comprarnos una casa en la orilla de la playa. Lo que queremos es abrazar. Abrazarlo todo. Abrazar a los amigos que echamos de menos. A los familiares que no vemos desde que la vida se quedó en pausa. Y a los que dejamos solos en un hospital y de los que sabemos lo poco que nos cuentan a través de una fría llamada de teléfono. Deseamos volver a sentirnos.
Ahora nos abrazamos en la distancia. Nos asomamos a las siete a la ventana y aplaudimos con todas nuestras fuerzas. Y con más si encontramos. Los aplausos se oyen en la ventana de arriba, de abajo, de la derecha. Y a lo lejos escuchamos el grito de ese vecino con el que antes charlábamos en la cola del supermercado.  No falta nadie a la cita . Las siete de la tarde se ha convertido en el momento más emocionante que vivimos durante este aislamiento. No quiero ni pensar cómo será cuando podamos vernos las caras y decir que ya pasó lo peor. Cuando los aplausos que estamos dando como locos desde la ventana sean abrazos apretados y de verdad.
Tengo hecha esa lista de deseos. En realidad, no es tan grande. He escrito abrazar de todas las formas posibles. La guardo debajo de la almohada, como cuando pequeña guardaba la carta de los Reyes Magos. La leo cada mañana cuando el dolor me dobla en dos. Cuento los días que faltan para que se cumpla. Abrazar y volver abrazar. A todos. Y no lo dejaré para otro momento ni para después.


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