La luz del interior


“Cuéntalo, Lucía, cuéntalo, para que la gente sepa que somos nosotros los que nos ponemos los límites”. Y no sé si lo contaré tan bien como ella lo vive. Y es que el mundo de Fabiola se quedó sin luz. Y no es una metáfora. Es una realidad. Este verano, debido a un golpe tonto, dejó de ver por el ojo derecho, con el único que veía. La visión del ojo izquierdo ya la había perdido desde hace mucho tiempo. Fabiola, en lugar de tirarse en la cama a llorar su desgracia, continuó su vida con el mismo entusiasmo que siempre ha tenido. “Todo está en la memoria”, te dice con esa voz dulce que ella tiene. Está en la memoria de los gestos, del tacto, del gusto y de los recuerdos. Parece sencillo cuando te explica en qué lugar está cada cosa y cómo la recuerda. Y te das cuenta de que desperdiciamos la posibilidad de ejercitar al 100 % nuestros cinco sentidos. Tocamos a medias, miramos de reojo, olemos con el gesto fruncido y vamos con prisas.
Quedamos las tres (porque también iba Lola) para almorzar. Fui a buscarla a su casa. Fabiola vive sola y no tiene problema de hacerlo.  Conoce cada esquina de su casa y se maneja sin problema. “Cuento los pasos, y sé qué habitación viene después de la otra”. Su vitalidad, su seguridad al caminar, te hace dudar si realmente ve. Es ella la que nos guía, y no a la inversa. Conoce todas las baldosas que hay desde el principio de Triana hasta el final. Las tiendas, los bancos, las farolas. Y sabe cuándo hemos llegado a algún lugar.  Lo sabe por los olores, por los ruidos y por ese sexto sentido que tiene escondido y que brilla en el exterior. A su lado disfrutas de un entorno nuevo.
Llegué a mi casa después de almorzar con ellas y cerré los ojos. Intenté ir hasta la cocina, pero me resultó imposible. Sabía que después de la mesa de la entrada había un biombo, luego la estantería, y por último la puerta de la cocina. Tardé casi cinco minutos. Mis ojos se abrían intentando buscar un punto en el que apoyarme para sentirme segura y protegida. Iba pensando cosas horribles todo el rato: que si un mueble se me caía encima, que si me chocaba con la pared, que si aparecía alguien de frente. Cuando decidí abrir los ojos, respiré aliviada. Valoré aún más a Fabiola. Ella siempre demuestra seguridad y confianza. Nunca te hace dudar.
Fabiola es una mujer especial, de esas que están a tu lado para enseñarte la humildad y la generosidad; la fortaleza y las ganas de vivir. Hay que mirarla con admiración. Porque con ella aprendes a valorar lo que realmente es importarte y a ver desde el corazón. Y también te enseña que nuestra memoria es un gran almacén en el que se graba lo que vivimos y todos esos detalles del paisaje de los que pasamos de largo, pero que son importantes para que nuestras emociones no se queden a oscuras.
(En la foto estamos las tres. Lola (actriz premiada en el Festival del Sauzal), Fabiola y yo).

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