Lo estamos haciendo mal
Hoy, me lo contó una amiga, dos
mujeres se pelearon en la guagua. Una de ella era joven. La otra era una señora
mayor. La joven fue la que inició la pelea, gritando e insultando a la señora
mayor porque esta le había hecho una pregunta al chófer. Los insultos fueron a
más y, en el momento de más tensión, la joven se levantó y el dio una cachetada
en la cara. “No te atrevas a gritarme porque soy menor de edad y te denuncio”,
le dijo la muchacha. Los demás pasajeros tuvieron que separarlas porque se iban
a destrozar vivas. Así me lo contó mi amiga. El viernes me pasó a mí. No fue
tanto, pero me llamaron la atención cuando no me lo merecía. Estaba en el banco
y me acerqué un momento a hacerle una pregunta a la chica de caja que no
atendía a nadie en ese momento. Un señor que estaba esperando me grita: “
¡¡Muchachaaa, no te metas delante que no veo los números de la pantalla!!”. Me
levantó la voz como si yo fuera una oveja que se le había descarrilado del
resto del ganado. Como volví a mi asiento sin contestarle, comenzó a refunfuñar
con los demás y a quejarse del servicio que daba la entidad. Se formó un
murmullo a mi espalda.
Demasiadas cosas están fallando para
que ocurran hechos así. Todo cambia, como cantaba Mercedes Sosa, pero están
cambiando de forma negativa y a peor. Se está perdiendo la falta de elegancia,
la paciencia, el respeto hacia los demás. Puede estar en la tecnología que nos
engancha, pero también puede estar en la televisión que potencia los gritos, el
insulto hacia los demás, el espectáculo. Estamos recibiendo mensajes
incorrectos. Por algún agujero diminuto se escapa la empatía, esa capacidad de
ponernos en el lugar del otro. Estos pequeños insultos pueden hacerse grandes.
Hay que tener cuidado con lo que exigimos a los demás. Antes tenemos que exigírnoslo
a nosotros. Nos estamos queriendo mal. Muy
mal.
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