22 de noviembre


Mi hermano siempre me cuenta que, cuando me llevaba al colegio, pataleaba con tanta fuerza que me hacía sangre en los tobillos. Lloraba hasta ponerme roja como un tomate. Alguna vez estuvo a punto de dejarme en la acera y volver más tarde a buscarme. Algo tiene que quedar en mi carácter porque nunca me detengo hasta alcanzar lo que me propongo. Nací el día de Santa Cecilia, la que vela por los músicos. Será por eso por lo que no puedo estar alejada del ritmo, ni del arte, ni de la creatividad. Fui una niña muy callada que me encerraba en la habitación para jugar con las protagonistas de mis cuentos. Eran mis amigas. Mis únicas amigas. Tengo muchas cosas malas, como cualquier persona, pero mi carácter también está formado por un porcentaje de virtudes. He aprendido a quitarme los no puedo, a no encogerme como una araña cuando algo me da miedo, a aplaudir mis equivocaciones. Después de cuarenta y seis años no sé cuántas cicatrices acumulo en mi cuerpo y debajo de la piel. Voy con una libreta en la mano para apuntar lo que necesito aprender de cada día. Siempre hay algo que descubrir, algo que rectificar, algún lugar nuevo que ver y una historia que escuchar. Me gusta el azul, las cosas azules y las personas que tienen el mar en el fondo de sus ojos. Los abrazos largos. Las caricias. Vivo viviendo intensamente. A mi manera. Cuando me pierdo, busco la orilla de la playa para encontrarme. Camino descalza sobre la tierra fresca del campo para notar las piedrecillas pequeñas entre los dedos. Sentir es mi manera de respirar. Gracias a la vida, por lo bueno y por lo malo. Hoy, 22 de noviembre, como fue hace cuarenta y seis años.

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