El cuerpo habla
El cuerpo te
dice que pares. El mismo que soporta el peso, el frío, el cansancio, el que
sube y baja escaleras. Puedes evitar los dolores comunes, pero, llega un
momento que la armadura con la que sales a diario no es suficiente. El cuerpo,
en protesta de salvación, te manda señales. Hay que escucharlo porque te está
hablando. Escucharlo bien. El cuerpo ha llegado al límite y pide auxilio. Toca
socorrerlo, socorrerlo de verdad. No vale un zurcido o un simple apaño para
seguir tirando. No. Hay que hacerlo bien porque el remedio puede ser peor que la
enfermedad. Mimarlo como se merece y
como reclama. Parar de golpe y encerrarte en una habitación sin ruidos, sin
tener en cuenta el mes en el que vives. No moverte de donde estás. Y, con él a
solas, entiendes las razones que lo llevaron a levantar la mano para que lo
tuvieras en cuenta. Pedía la posibilidad de volver a ser el que fue:
resistente, valiente, arriesgado, caminante. Y mientras intentas recuperarlo,
le haces una promesa: esto no volverá a pasar, no volveré a llevarte al extremo.
Y él confía en ti.
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