El selfista
Era un amor demasiado grande y demasiado intenso. Apareció una mañana
mientras buscaba otro contacto en su agenda. No entendía cómo llegó el número
de teléfono a su móvil. No era amigo de sus amigos ni amigo de ella. Se fijó en
la foto de perfil. Comenzó a seguirlo. Los lunes, los miércoles y los jueves
ponía una foto saludando en la puerta del gimnasio. Los martes y viernes
aparecía en una terraza tomando una cerveza. Los fines de semana siempre había
una salida a la playa o al campo. Descargaba las imágenes y las guardaba en un archivo que
creó el mismo día que notó que se le aceleraba el pulso con aquel contacto que
no conocía de nada. Se fue enamorando con cada foto y con cada sonrisa de la
que se veía destinataria. Deslizaba los dedos en la pantalla para ampliar los
píxeles y acariciar los ojos que la miraban de cerca. Una tarde gris de un
domingo solitario, cuando intentó buscarlo, ya no estaba. Igual que llegó, se
marchó. Fue muy doloroso. Para ella había sido un amor demasiado grande y
demasiado intenso. Borró todas las fotos sin conseguir eliminar el nudo que se
le quedó en las entrañas del corazón. A escondidas lloraba por aquel golpe de
suerte que le permitió soñar despierta. Él siguió buscando contactos para poder
satisfacer su obsesión con los selfie.
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