CAMBIA LA MIRADA


Cuando mi sobrino nació, empecé a odiar los tópicos y las frases de compasión. Había oído hablar de disminuidos, subnormales, a los que se le caían la baba por la comisura de los labios. El bebé que estaba mirándome en la incubador era mi sobrino, y no podía permitir que le tiran piedras o que le escupieran en la cara a la salida del colegio. Fue muy duro. No estaba el niño que había imaginado. La vida es un azar. Altos y bajos. Situaciones esperadas o inesperadas. Ese día lo aprendí.
Han pasado veinticinco años de esa mañana de febrero donde la rabia, la impotencia, las dudas, se mezclaron con la felicidad. Durante este tiempo he leído y aprendido todo lo que he podido sobre la discapacidad. Alguna vez, también, he tenido que salir por la puerta de atrás, porque mi opinión clara y directa, incomoda a muchos. Para mí no son ángeles. David tiene veinticinco años y lo trato como un adulto. No le hablo como si fuera un bebé. Lo llamo por su nombre, y así lo hace él conmigo. Le explico cualquier tema, con más o con menos palabras, porque él tiene derecho a estar informado de lo que ocurre, aunque le cueste entender. Nunca le he mentido. Por supuesto, he suprimido de mi vocabulario la palabra mongólico. Además, cuando la oigo, su sonido me incomoda y me molesta.
El lema de este año de Down España es “Cambia la mirada sobre el síndrome de Down”. Un grupo de actores, que representan a la sociedad, se sientan frente a frente a personas con síndrome de Down, deprendiéndose de prejuicios y estereotipos. Invitan a abrir los ojos. Todavía tenemos prejuicios al mirarlos. Los prejuicios es una manera de discriminación. Hace unos días, sin ir más lejos, se expandió por la red la foto de una jovencilla que preguntaba si al tocar a un mongólico se contagiaba. Todavía leemos cosas tan horribles como esas. Tenemos demasiados mitos, como creer que todos son cariñosos. No es un rasgo definitorio. A veces se enfadan. A veces lloran. A veces se sienten tristes porque no pueden conseguir sus sueños.
Pocas veces, por no decir ninguna, publico imágenes personales. En la foto aparezco con mi sobrino. No la comparto para que digan qué grande soy por tenerlo a mi lado. No. No soporto las fotos que se comparten en Facebook con personas con discapacidad, retándote en un mensaje a ver si eres capaz de darle un me gusta. No quiero etiquetas. Solo que él y el resto de personas con síndrome de Down sean visibles, uno más, sin limitaciones. Que tengan presencia en lo cotidiano porque confiamos y creemos en ellos. Tienen que construir su futuro como personas autónomas, y alcanzar el techo que sus propias posibilidades genéticas le permitan. Ellos saben adaptarse a nosotros, nos toca a nosotros adaptarnos a ellos. En este momento donde tanta tecnología e inmediatez nos está deshumanizando, tenemos que hablar con la mirada. Ellos no son tontos. Se darán cuenta si los engañas.

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