La charla
Estaba sentada en el banco que está pegado a la puerta de mi
casa. Llevaba una rebeca negra, un traje canelo, medias tupidas, mocasines, y
la preocupación del paso del tiempo sobre la piel. A ella no le importó que yo
supiera económicas. A mí no me importó que ella escondiera el secreto de cómo
dejar jugosas las empanadillas de carne. Hablamos de lo que no se dice cuando
la casa está llena. Hablamos de lo que se siente. Nos refugiamos en esas
palabras que escribimos a escondidas para saber que estamos vivos. No me dijo
su nombre. Eso es lo de menos.
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