La nota

 

No era viejo ni se consideraba viejo. Melómano, solitario y a ratos inteligente. Tomó la decisión sin pensárselo demasiado. Tal vez por un confinamiento sin nadie con quien hablar o por noches eternas carentes de placer. Entró en el bar y, con sumo cuidado, colocó en el tablón de anuncios una nota que decía: “Se busca chica para compartir piso”.  Ese día no pidió el cortado con el sándwich con el que siempre desayunaba. Se marchó antes de levantar sospechas y burlas entre los amigos.
El domingo iba a ser aparentemente igual a los anteriores. Apagó la tele asqueado con los anuncios de San Valentín. Los golpes en la puerta de su casa lo levantaron del sillón en el que echaba la siesta. Bostezando llegó hasta la puerta. Al otro lado estaba ella, con una maleta con sus pertenencias y con las ganas de vivir en la mirada. No era vieja ni se consideraba vieja. Cinéfila, solitaria y ágil con los números. Ella entró como si ya hubiese estado otras veces en aquellos noventa y cinco metros cuadrados. No tuvieron que decirse nada. Se abrazaron si perder el tiempo con el típico interrogatorio sobre los gustos, aficiones, pasado o ex. Hay preguntas que sobran cuando se pretende curar un vacío emocional que se ramifica por dentro. Y, con la timidez de los comienzos, compartieron piso, y vidas, porque ninguno de los dos deseaba pasar el resto de sus días acostumbrados a la soledad.

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