El balance
Diciembre es el balance: el económico y el de las emociones. Por
un lado, en las empresas, revisamos los elementos de activo y pasivo para que las
cuentas cuadren. Los números nos dicen si hemos obtenido beneficio o si la
actividad no da el rendimiento que se esperaba. Y, por otro lado, recordamos
los propósitos que nos marcamos a principio de año para ver si se han
alcanzado. Este año tenemos unos meses de carencia que son difícil de ajustar.
Y no es porque no los hayamos vivido o porque no tengamos anécdotas que contar.
No. Ha sido un año raro y, ahora que se acaba, tenemos un saldo de emociones
que nos descuadra.
Las calles están iluminadas, distantes y oscuras. Una mezcla
que desentona. Son días extraños. Todos hemos perdido un poco la ilusión y las
ganas. Aunque intentemos convencernos unos a otros y busquemos un motivo para
sentirnos bien y para sonreír con los ojos. Estas no serán las mejores
navidades. La alegría está contenida, porque dentro de nosotros hay algún
rincón dañado. Hemos pasado muchos meses sin abrazar, sin compartir con las
personas que queremos, y eso se nota cuando nos ponemos a sacar cuentas y hacer
números. Me da pena cuando oigo a las abuelas decir que en las reuniones
familiares no podrán apretarse en la mesa para que quepa otro más. Este año, si
algo suma, es la soledad. En algún instante hemos deseado estar piel con piel
con aquel que echábamos de menos. Y también está el miedo. El que ha cotizado
al alza desde hace unos meses. El que ha aparecido en nuestro patrimonio por
ese bichito que nos acecha. Pero algún beneficio hay: hemos aprendido que la
salud es el más valioso de todos los bienes. Y aunque queramos hacer
inversiones en el mañana, hoy es hoy. Mañana no sabemos si el remanente que queda
lo podremos usar.
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