Ni una gota
Aprovecho la tarde para tomarme
un helado en una terraza del paseo de Meloneras. Desde mi posición veo la playa
y veo a los turistas que están bañándose. La playa está llena. El sol abrasa y tengo
que ponerme la mano en forma de visera para poder mirar al frente. La
temperatura es de verano. Abro la agenda del móvil para comprobar en qué mes
estamos. Febrero. La realidad se ha alterado. No ha llovido y este embotamiento
que sentimos agrieta el carácter. Estamos empezando el año y el calor nos
acompaña desde que nos levantamos de la cama. Si no llueve, la tierra estará
cada vez más seca. Lo dicen los agricultores que ven que sus cosechas están
perdiéndose a causa de las locuras que está haciendo el tiempo. Las presas no
se llenarán este año.
Termino el helado y empiezo a
caminar por la avenida, intentando buscar la sombra de los árboles. Noto que mi
cuerpo me pesa. La señora que viene detrás de mí no para de toser. Parece una
tos de pecho, de esas que te dejan toda la noche sin dormir. Otro motivo más
para que llueva. Los mayores siempre dicen que si llueve se limpia el ambiente.
Necesitamos esa limpieza para que se lleve las enfermedades y el ácido de los
gestos. Antes de subirme al coche, levanto la vista al cielo y compruebo que
las nubes están secas. Y pienso en los mayores de antes, que tenían estrategias
para cualquier situación, y sabían invocar a los santos para que el agua regara
los campos. Tendremos que volver a esa sabiduría porque no podemos olvidar el olor a tierra
mojada. Este verano de invierno nos está llenando de dolores y de asperezas. Y
por ahora, parece que no va a caer ni una gota.
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