La belleza del cambio
Su novio de toda la vida la dejó un 14 de febrero. No le dio demasiadas explicaciones. Cogió hasta la última pieza de ropa y se marchó. Podía haber elegido otro día. Podía haber tomado la decisión en marzo o con el calor de agosto. Pero eligió esa fecha tan marcada para los que se aman y para ellos que, precisamente, se habían dado el primer beso el día de San Valentín. A Rosaura le dolió tanto que entró en un llanto desesperado. Lloraba las veinticuatro horas del día, con todos sus segundos y minutos. Lloraba por ese novio de toda la vida, porque dudaba si alguna vez la quiso, lloraba de rabia, porque pensaba en lo que podría haber sido y no fue. Y lloraba porque se sentía sola y triste. A ratos salía al jardín y, tumbada sobre la tierra fría, derramaba su dolor. Sus lágrimas iban cayendo lentamente en un rosal que había plantado su novio aquella primavera que se atrevió con la jardinería. Las flores casi siempre estaban secas y los tallos malamente se mantenían rectos, pero, con tanta llantina, las rosas empezaron a cobrar fuerza.
Con la última gota derramada, Rosaura logró calmarse. Encontró un motivo para sonreír. No lo encontró saliendo de compras con sus amigas, ni apuntándose a talleres de crecimiento personal. Rosaura pasaba la tarde contemplando las flores. El dolor se había convertido en belleza. Los vecinos que caminaban por la calle admiraban el cambio de las rosas del jardín. O tal vez admiraban a Rosaura. Ella ya no era la misma.
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