La danza en la orilla
El mar siempre le daba sosiego y acudió al él para coser su corazón que llevaba unos días roto. Desde que la vio, le mojó el vuelto del vestido triste que llevaba puesto. No le importó. Perdió la mirada en el horizonte y se encontró con la niña inocente que sabía caminar sin miedo y con la cabeza alta. Quiso huir con ella para que la llevara al pasado donde no existía el sabor amargo que oxidaba los días. Pero el mar estaba delante y no podía verla flaquear. El vaivén de la orilla la arrastraba y su cuerpo era un trapo a la deriva. El silencio y la soledad tejieron el resto de la tarde. El llanto, aunque le costaba entenderlo, estaba siendo un maestro. Descalza, como siempre, dejó que la sal danzara con las heridas.
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