La limpiadora

La señora de la limpieza me ensenó el haragán lleno de pelusas y de polvo. Había limpiado detrás del mueble de la alcoba. Salí de la habitación sin mirarle a la cara para no tragarme la risa burlona que me estaba regalando. Le dejé encima de la mesa el sobre con el dinero, y un pósit diciéndole que no volviera. Que piense lo que quiera. Ella eliminó los restos de nuestra vida en común.

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