El mensaje
La vida no trae hoja de reclamaciones. Lo que demandamos no suele
coincidir con la oferta que recibimos. El punto de equilibrio, pocas
veces, suele estar en el lugar que deseamos. Terminamos buscando, porque
no hay una vía directa para reclamar, válvulas de escapes, vertederos,
que permitan echar las quejas que nos ha generado algún hecho o
acontecimiento incómodo.
Ayer recibí un wasap en el que su remitente me insultaba y me deseaba lo peor. Comenzó a enviarme fotos de una notificación judicial, ajenas totalmente a mí. No conocía a la persona que nombraba, mucho menos, al que me enviaba el wasap. No estaba en mi lista de contactos. Supongo que la rabia lo llevó a enviar un mensaje erróneo. Le contesté diciéndole que se había confundido, después lo bloqueé y lo eliminé. Me sentí observada y con la sensación de que habían invadido mi intimidad. Puede parecer absurdo, pero casi lo vi rebuscando en los cajones de mi casa.
Creo que hace años la gente no se quejaba tanto. Usar una pantalla como escudo abre la posibilidad de decir, insultar abiertamente, sin pensar que al otro lado hay una persona que siente y que respira. Cara a cara nos achicamos. La pantalla hace que perdamos la capacidad de empatizar y volcamos el resquemor que arrastramos desde hace días, al primero que no nos conteste como queremos o al que no nos responda inmediatamente. En los grupos de wasap ocurre con mucha frecuencia y, la mayoría de las veces, sin saber cuál es el origen del conflicto que desata la polvareda. Casi hay que salir con una armadura, además de contraseñas de bloqueos, para estar a salvo de la vida virtual, que, a diferencia de la real, si tiene hoja de reclamaciones. Aunque la tecnología nos invade, siguen existiendo miles de estrategias, en la que se usan los cinco sentidos, muy válidas para evadirnos. Lo estamos olvidando.
Borré a ese desconocido, pero me quedó la duda si detrás de todo esto hay algún espía. Nunca se sabe.
Ayer recibí un wasap en el que su remitente me insultaba y me deseaba lo peor. Comenzó a enviarme fotos de una notificación judicial, ajenas totalmente a mí. No conocía a la persona que nombraba, mucho menos, al que me enviaba el wasap. No estaba en mi lista de contactos. Supongo que la rabia lo llevó a enviar un mensaje erróneo. Le contesté diciéndole que se había confundido, después lo bloqueé y lo eliminé. Me sentí observada y con la sensación de que habían invadido mi intimidad. Puede parecer absurdo, pero casi lo vi rebuscando en los cajones de mi casa.
Creo que hace años la gente no se quejaba tanto. Usar una pantalla como escudo abre la posibilidad de decir, insultar abiertamente, sin pensar que al otro lado hay una persona que siente y que respira. Cara a cara nos achicamos. La pantalla hace que perdamos la capacidad de empatizar y volcamos el resquemor que arrastramos desde hace días, al primero que no nos conteste como queremos o al que no nos responda inmediatamente. En los grupos de wasap ocurre con mucha frecuencia y, la mayoría de las veces, sin saber cuál es el origen del conflicto que desata la polvareda. Casi hay que salir con una armadura, además de contraseñas de bloqueos, para estar a salvo de la vida virtual, que, a diferencia de la real, si tiene hoja de reclamaciones. Aunque la tecnología nos invade, siguen existiendo miles de estrategias, en la que se usan los cinco sentidos, muy válidas para evadirnos. Lo estamos olvidando.
Borré a ese desconocido, pero me quedó la duda si detrás de todo esto hay algún espía. Nunca se sabe.
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