Las bolas de colores
En la entrada de la plaza han puesto un árbol de tres metros de altura y uno de ancho. La estructura es la misma de siempre, pera las bolas son diferentes a otros años. Supongo que el decorador ha querido cambiar las bolas para que también renovemos la ilusión. Ese sentimiento que se va agrietando y que nada se parece al que tuvimos cuando lo sentimos por primera vez. La ilusión es una ecuación en la que, cuanto más mayores nos hacemos, siempre obtenemos un resultado negativo al despejar la incógnita. Y a veces notas que la ilusión también envejece. Que está coja. Que pelea contigo para que le prestes atención. Y te das cuenta de ello, cuando las bolas de colores del árbol de la plaza te miran desafiándote y manteniendo un pulso con tus emociones.
Hace años, en unos de esos días
de Navidad, me encontré con un vecino en el rellano de la escalera de mi
edificio. Era la misma noche de Nochebuena. El hombre, cuando lo vi, llevaba
una bolsa de Mercadona en las manos. Seguro que allí tendría su cena. Iba con
un chándal desgastado y con unas cholas con calcetines de lana. La sombra en la
mirada y la sonrisa apagada. Él entraba a su casa y, en la misma oscuridad de
la puerta, me dijo que disfrutara de las fiestas. Me extraño que lo dijera,
porque él, que vivía solo, enseñó su ilusión en medio de la soledad que podía
sentir en esa noche en la que el dolor pincha con ganas en los huecos que hay
vacíos.
Muchas veces no le encuentras
sentido a tanto bullicio ni a tantas bolas de colores. Pero, aunque cueste, hay
que intentarlo, porque siempre hay alguien que se esfuerza en buscar la manera
de que renueves la ilusión. Las bolas de este año son rojas y tienen una
estrella dorada en la base.
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