Las cicatrices

 

Todos tenemos alguna cicatriz en alguna parte del cuerpo. Unas grandes, otras pequeñas; algunas ocultas, otras a simple vista. Pero siempre hay una señal que indica un momento de dolor o de sufrimiento. Ahora, que paseamos por la orilla de playa con poca ropa, muchas de esas cicatrices están al descubierto. Hace unas semanas vi a una señora que tenía una brecha de dos centímetros de grosor que salía desde la cabeza del fémur hasta el mismo filo del tobillo. La miré con asombro, con ojos de curiosidad. La señora caminaba tranquila y en sus gestos no había tristeza. Me la imaginé con la pierna llena de puntos de sutura y hecha un ovillo en su cama, doblada en cuatro partes y maldiciendo su desgracia. La señora, con el pelo canoso y las patas de gallos en el filo de sus ojos, era bella y brillaba más que el sol de esa mañana de verano. La cicatriz enseñaba una parte de ella. Mostraba, sin tapujos, la marca que le dio una nueva vida. No hablé con ella, ni le pregunté qué fue lo que le partió la piel en dos, pero trasmitía en sus movimientos la suerte que sentía de estar allí, en la orilla, con la alegría de resurgir.
Las cicatrices también son un motivo de competencia. Basta que estén varios en una mesa comiendo para que uno de ellos hable de su herida abierta y, sin darle tiempo a que se exprese, el que está su lado señala que la marca de su dolor es mayor. Con las cicatrices nos colgamos medallas de pruebas superabas o damos detalles de los caminos tormentosos que hemos atravesados. Son esos golpes de mala suerte que se superan con éxito y que exponemos delante de los demás para que comprueben lo que hemos sufrido, como si fuéramos los únicos que nos suceden cosas.
Mientras miraba a la señora de la orilla de playa, puse mi mano en el centro de mi barriga y escuché el latido de una cicatriz que tengo de aquella vez que me atravesaron con un bisturí de un lado a otro. La cicatriz va conmigo a todos lados, pero a veces ni me acuerdo de ella. Pero seguro que, sin mi cicatriz y sin las noches de dolor que pasé con ella abierta, no sería la misma.  Esa mañana, además de la señora con la brecha desde el fémur hasta el filo del tobillo, vi a tres o cuatro personas con sus cicatrices al aire. Las marcas que hablan de nosotros. Las que se callan, las que se enseñan y las que se esconden porque no son necesarias mostrarlas.

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