Conversaciones vacías
Nos alegramos cuando los más
pequeños de la casa comienzan a hablar. Los miramos con los ojos como platos
cuando oímos sus primeras palabras: mamá, papá o tita. Después de esas palabras
vendrán otras, y el pequeño de la casa será capaz de comunicarse y de construir
frases enteras con las que podrá pedir aquello que necesite, decir verdades o
preguntar cuando tenga alguna duda. Las conversaciones están llenas de palabras
que van desde el destinatario hasta el receptor. Y así sabemos qué le sucede al
otro o qué le incomoda. Comunicarnos es necesario para entendernos, entender y sentirnos
vivos.
Pero también callamos palabras y
enquistamos problemas que no se hablan. Ocurre hoy en día, con los modernos WhatsApp que sustituyen el diálogo entre dos personas
por signos y emoticonos. Dejamos conversaciones a medias, porque a veces, ni
siquiera nos despedimos del otro. O enviamos un simple emoticono para terminar una
conversación y ocultar detrás de una pantalla el malestar que podemos tener con
el amigo que estábamos hablando. Callamos demasiado y entre iconos y signos lo decimos
todo. Ignoramos los sentimientos de la persona que está al otro lado. Lo
hacemos con una conversación detrás de otra, hasta que las amistades se
desgastan y pierden la complicidad que las nutre. Y luego, por supuesto, cada
cual entiende lo que cree de las palabras que no se dijeron y que se quedaron
en el limbo de la mensajería instantánea.
A veces me entretengo mirando a
los más pequeños cuando hablan entre ellos, con la espontaneidad de la
inocencia y con palabras dichas a media lengua. Se hablan con gestos, escuchan
de verdad y prestan atención al otro. Los miro mientras reviso las
conversaciones de mi móvil. Un número determinado de mensajes con conversaciones
vacías y muchas sin terminar. En los WhatsApp escribimos, pero no hablamos. Y
en la comunicación no todo vale.
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