La mujer de los domingos


Vivía lo mismo todos los domingos. Se sentaba en una de las cafeterías de la avenida a tomarse un cortado largo con sacarina. Siempre a las diez y media de la mañana. El camarero ya lo conocía y empezaba a preparárselo desde que pisaba la entrada. Se saludaban con palabras sencillas, sin entrar en conversación. Él se quedaba en silencio, mirando por la ventana y esperando el momento en el que ella aparecía a lo lejos, con una coleta alta, los leggins y la sonrisa de oreja a oreja. Pasaba delante de él con tanta naturalidad que, por unos segundos, se detenía la monotonía del mundo que lo rodeaba. Él sostenía su café en la mano, mirándola alejarse y desaparecer. El domingo acababa para él cuando la silueta de la mujer de la coleta alta y los leggins se difuminaba en el horizonte.

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