El ruido del silencio


Hay un silencio dentro del propio silencio. Podría llamarse el ruido del silencio. Ocurre después de los días de fiestas en los que la gente ha explotado al máximo la alegría como si fuera a desaparecer definitivamente. Cuando las luces de la fiesta se apagan, el día se vuelve oscuro y puedes oír sonidos que pasan desapercibidos en otras situaciones. Aquella mujer, la que siempre se asoma a la ventana, hoy mira con tristeza la sombra de sus hijos que vinieron a disfrutar con ella estas fechas navideñas. La pena al verlos alejarse se filtra en las grietas del asfalto. Los perros no ladran para no despertar a los que duermen y a los desean descansar para retomar el ritmo normal de sus vidas. Una hoja seca se mueve con tanta libertad, que parece que baila solo para ti. Y los más pequeños ralentizan las horas con sus juguetes nuevos porque saben que pronto tienen que volver al cole. Este silencio te hace pensar en lo vulnerable que somos. Lo rápido que pasa todo. El misterio de lo que va a ocurrir y la incógnita de la belleza que deseas ver en tu amanecer. En el silencio caminas despacio y tienes tiempo de preguntarte si las decisiones que andan por tu mente son las correctas. El silencio te habla para que lo escuches y para que encuentres la luz de adentro. Esa luz que está sellada con caídas, con amores vividos y con cicatrices de sal. Y, en mitad de la calle, sin nadie a tu lado, es como si existiera un mundo diferente en el que vives a diario. Respiras profundamente. Ahí deseas quedarte un rato para coger fuerzas y volver a la rutina después de semanas de cenas familiares y de fiestas.

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