Mi amor
Volvió a decírmelo con esa voz aguda que tiene. Me
llama amor cuando pago los productos que he comprado. La chica del supermercado
de la esquina llama amor a todos los clientes: cuando llegan y cuando se van. No
sabe mi nombre ni a qué me dedico. Mi madre, que es muy tímida, procura ir a
comprar en el turno en el que ella no está. No soporta que la llame mi amor. A
mí tampoco me gusta. He estado a punto de contestarle: “De nada, mi bomboncito”.
Habrá de todo. Y habrá clientes que les dará lo mismo. La subjetividad de cada
uno está blindada con un código secreto.
Esa chica es libre de llamar a los clientes como
quiera, y, supongo, que lo hace lo mejor que puede. Igual solo busca poner aire
fresco en medio de ese ritmo frenético en el que trabaja. Pero sigo pensando
que suena falso y artificial. Por lo menos a mí me parece. Lo bueno sería tener
un punto medio: ni muy empalagoso ni muy irrespectuoso. Las palabras tienen que
usarse de forma correcta para que no pierdan sentido y entendamos su
significado. Y claro, claro que a todos
nos gusta que nos digan mi amor, pero, tiene que venir de la persona adecuada y
sin flojera en lo que sentimos. “Lo que sale del corazón va al corazón”. Hablar no es solo emitir fonemas vacíos y que
no encajen con lo que queremos comunicar, si es así, no tendremos fuerzas ni
ánimos cuando toque usarlas de verdad. Luego están los que hablan elevando la
voz para intentar convencer o los que usan el desprecio para señalar al otro.
Últimamente solo tienes que escuchar la radio o ver la tele para encontrarte
con algunos ejemplos. A veces parece que nos estamos olvidando de hablar bien. Hablar
con educación y con sencillez.
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