El mensaje de las nubes


Me gusta, como me gustaba cuando era pequeña, tirarme en el suelo y contar nubes. Voy buscando formas entre ellas o cierro los ojos hasta que me quedo dormida sintiéndolas pasar encima mí. Me van acariciando las mejillas de manera suave y silenciosa. Las nubes, ahí arriba, han visto de todo; de mí y del resto de personas que pasean por debajo de ellas. Por eso las miro, para descubrir los mensajes que esconden detrás de cada silueta. Aprendí a contar nubes desde pequeña, cuando al salir del colegio me sentaba con mi amiga a mirar el cielo. Mi amiga me golpeaba la mano con fuerza cuando le quitaba alguna que le gustaba. Quería las de formas de animales. Las demás me las dejaba a mí. Me daba igual quedarme solo con las redondas. Crecimos con ese juego y nuestra amistad nunca tuvo trampas ni cartón. Nuestra imaginación se convirtió en una máquina de sueños con todo lo que fantaseábamos en esas horas de juego. Las nubes nos protegían y no le teníamos miedo a nada. Cuando nos hicimos mayores, tomamos caminos diferentes, porque sus padres se marcharon a vivir al extranjero y perdimos el contacto. Ni siquiera sé qué ha sido de ella, si le ha ido bien o si la vida le ha jugado una mala pasada.  De eso hace mucho tiempo, muchos años, pero todavía sigo contando nubes y tirándome en el suelo a mirar el cielo. No sé si ella continúa haciéndolo y si se acuerda de mí cuando se pierde en las formas que elegía cuando era pequeña. Hoy el cielo se ha llenado de nubes y he sentido que alguien me golpeaba la mano con fuerza mientras estaba tirada en el suelo mirando el cielo. El golpe era exactamente igual al que me daba mi amiga cuando se enfadaba conmigo porque decía que le había robado un trozo de su mundo. Una nube con forma de elefante se paró durante un rato encima de mi cara.



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