La abuela

Salieron a lavar la ropa en la acequia después de comer. La niña apretaba la mano de su abuela para sentirse segura por la carretera de tierra y aulagas. La noche anterior había llovido y el frío abrigaba las laderas de Risco Blanco. Eligieron una piedra grande para sentarse, buscando el calor de una higuera. La abuela sacaba la ropa despacio, como si acariciara cada prenda antes de meterla en el agua. Le hablaba a la nieta de las curiosidades de los santeros del pueblo y de las leyendas de las brujas que acechaban cuando la noche llegaba. La niña, sorprendida por lo que oía, atrapaba entre sus dedos la espuma blanca del jabón, reteniendo las palabras antes de que la fuerza del agua se la llevara para sus adentros. No esperaron a que la noche formara un manto negro sobre los riscos para marcharse. Las brujas no entendían de complicidad y podían salir a castigar la tarde.
La niña ya no es niña, pero desde ayer llora como si tuviera siete años. La abuela se ha ido para no volver en el mismo vuelo que el poeta dejó los versos escritos. Las historias se han quedado. La nieta sabe que las seguirá escuchando en la yema de sus dedos

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