La imagen de la ventana

La señora miraba por la ventana. Al otro lado estaba parte de su infancia, de su juventud y de su madurez. Los pinos que tenía delante habían sido testigos de muchas de las experiencias vividas. A ratos hablaba sola, y a ratos le contestaba su hijo que la protegía sentado en el sillón del salón. La señora, con el pelo blanco por los años, mezclaba un recuerdo con otro y sonreía con cada anécdota que aparecía en su memoria. Era domingo y la luz que entraba por la ventana bañaba de tranquilidad toda la casa.
Hacía un rato había podado las flores del patio. Aunque su pulso era tembloroso, conservaba la destreza que siempre había tenido con las flores y plantas. Entendía de ciclos de floración, de tiempo de regadío y de la sombra que necesitan los árboles para que dieran fruto. El amor que entregaba a la naturaleza se reflejaba en la bondad de su cara, como si una fuera un espejo de la otra. La señora era una mujer tranquila, con el paso lento por la edad, pero con la misma sencillez que te ofrece una flor cuando la miras de cerca. Esa mañana estaba satisfecha con el trabajo que había hecho. El otoño había empezado y las ramas necesitaban airarse para volver a florecer. Su hijo, viéndola de espalda en la ventana, se sentía orgulloso con la imagen perfecta que ofrecía su patio. Una imagen que deseaba perpetuar en tiempo.

  

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