El 8 de septiembre de Pino
Pino se llamaba Pino porque su madre, su abuela y su bisabuela se llamaban así. Desde muy pequeña, cada 8 de septiembre, su madre le levantaba temprano para subir a Teror y cumplir con la promesa de visitar a la virgen. Comenzaban a caminar en el cruce de Tamaraceite y llegaban sudando a la misma puerta de la iglesia. Pino iba todo el camino pensando en el bocadillo de chorizo que se comería después de terminar la misa. Cumplir con la promesa no tenía sentido para ella.
Hace
más de diez años que Pino no sube a Teror un 8 de septiembre.
Cuando se casó dejó de hacerlo. En un mismo año se quedó sin trabajo y su madre
murió de repente. Su fe hizo añicos. Hace un rato que acaba de coger una guagua
que la llevará a Teror. Este año las cosas no han ido bien, ni para ella ni
para el resto del mundo. Durante el trayecto Pino recuerda los momentos que
vivió cuando subía a pie con su madre. No olvida la complicidad del camino y la
humanidad que se respiraba. En la guagua todos llevan mascarillas y hay un
asiento vacío entre pasajero y pasajero. Pino no sabe qué le ha impulsado a
acercarse hasta Teror ni por qué ha puesto como foto de wasap una imagen de su
madre delante de la virgen. Algo tenía que hacer para vencer el desaliento que
le acompaña al ver el entorno tan desordenado. Muchas cosas han cambiado.
En
el pueblo las calles están casi vacías y la gente se saluda en la distancia. Respetan
el protocolo exigido por la situación sanitaria actual. Pino alcanza la entrada
de la iglesia con cautela, como si fuera un lugar prohibido para ella. Su madre
siempre entraba de rodillas y llegaba hasta el trono con la piel enrojecida.
Ella no piensa hacer semejante locura. Pino avanza despacio por el pasillo
central y se coloca cerca del manto y alejada de algunos feligreses. En su cara
se mezclan las lágrimas con el sudor. Le habla en silencio a la virgen, como lo
hacía su madre en aquella época en la que ella solo quería que la misa terminara
para comerse su bocadillo de chorizo. En su silencio hay tristeza e impotencia,
y el deseo de que las cosas, a partir de ahora, vayan mejor. Una sensación de
serenidad se apodera de Pino cuando sale de la iglesia, la misma que sentía
cuando era una niña y su madre sonreía de oreja a oreja después de cumplir con
su promesa. Con esa sensación atraviesa el pueblo. En la parada de la guagua
abre la foto de wasap, y su madre le parece más guapa que nunca. Pino, su
madre, sí sabría mantener la cordura en los lugares en los que hoy todo está convulso.
Comentarios