Malogrando este agosto
Agosto siempre
huele a pausa en las rutinas y en las actividades diarias. Agosto es el mes
del asueto y del esparcimiento. El mes en el que abres un libro y es el mar el
que te lee el argumento. En marzo, con el silencio en los bancos del parque,
pensé que este agosto sería diferente. No sé por qué creí que entenderíamos el
jalón de orejas que nos estaba dando la vida. Pero este no está siendo un buen
agosto y, me temo, que ni lo será septiembre ni los meses que vengan detrás.
Hay ratos en los que no sabes si llorar, si
mirar hacia otro lado o si gritar con fuerza a ver si puedes expulsar el aire
que te está oprimiendo dentro. Llega alguien que te dice que la pandemia es un
invento y que no es verdad. Otros que ven una exageración el uso de la
mascarilla y lanzan una afirmación que tira por tierra los consejos sanitarios.
El vecino te pregunta cuando te ve preocupada: ¿Tú conoces a alguien que se
haya contagiado? Como si para creértelo de veras tienes que ver los dientes al
león. El carrusel de opiniones hace que te tengas que alejar para no sentir que
te ahogas.
Buscamos el mismo agosto de toda la vida. Las
playas llenas hasta la bandera y los paseos a rebosar, como si estuvieran
esquivando la realidad agrietada que tenemos delante. En las terrazas con la
cerveza fría y sintiendo la piel del que está a tu lado. Y salimos de casa
relajados, porque la epidemia fue un sueño pasado y es una nota borrosa en la
memoria. No le hemos dado tiempo al tiempo a que cicatrice las heridas que en
marzo se abrieron al rojo vivo. Pasamos por alto lo que ha venido a contarnos
esta pandemia. Estamos malogrando este agosto en el empeño de que sea el agosto
de siempre, con ese olor a la pausa y a normalidad. Estamos malogrando los
días. El sol, por mucho que creamos, no va a diluir la adversidad ni a detener
los bloques compactos que están a punto de caérsenos encima.
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