No ha venido para quedarse
Ha venido para quedarse. Es una frase que, vayas por donde vayas, alguien la suelta para decirte que tal cosa ha venido para quedarse. Ya sabemos que nada permanece para siempre. Cambiamos de trabajo, de pareja, de gustos, de creencias. Evolucionamos. Por eso, todo lo que en un principio parece nuevo y extraño, se convertirá en rutina que pasará desapercibida o desaparecerá cuando llegue su momento. En la vida, si no cambiamos, terminamos anquilosándonos y los días serán todos iguales y monótonos.
Estos últimos meses hemos tenido muchos cambios que deseamos que no hayan venido para quedarse. Los abrazos en la distancia y las caricias con guantes. Todas esas sonrisas que entregamos con los ojos. Y el miedo que llevamos escondido cuando vamos por la calle porque no sabemos si el virus nos acecha o está ausente. Ahora, con estas nuevas formas de existir que tenemos que cumplir, deseas agarrarte a alguna ley de pensamiento positivo para confiar en que estos cambios traigan algo bueno. Y que no se queden para siempre.
Parece que en las aceras y en las esquinas no hay la misma luz. Falta la naturalidad y la espontaneidad que había antes cuando te encontrabas a alguien conocido. Nos hemos dado cuenta de lo importante que es el sentido del tacto, sobre todo, cuando un anciano te mira a los ojos con tristeza y prefieres no abrazarlo para protegerlo. Cuesta digerir lo que estamos viviendo
Los besos, los abrazos, y esa necesidad de tocar al otro, no pueden desaparecer. Hay que recuperar el tacto en el saludo para que vuelvan a brillar las sonrisas en los encuentros con las personas que aprecias. Por eso, tenemos que seguir cuidándonos, esforzándonos un poco más, respetando los dos metros de distancias y lo que nos aconsejan que hay que hacer, para que esta manera de relacionarnos no venga para quedarse. Y para que el virus tampoco lo haga.
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