Silencio



La muchacha salió a caminar sin un destino concreto. El cielo estaba brillante. Los días eran todavía cortos, pero en el ambiente parecía que había llegado la primavera. Caminó hasta que la espalda empezó a quebrarse y buscó un muro para sentarse y descansar. Allí escuchó el canto de un pájaro que jugaba al escondite entre las ramas de un árbol. El árbol tenía vida. Respiró profundamente, dejando que el aire limpiara los pensamientos que le oprimían el pecho y la mantenían asfixiada. Un coche pasó a toda velocidad y la escandalera del motor rompió la calma que sentía en ese momento. Sacó una botella de agua que llevaba en la mochila y se mojó los labios. Todavía mantenía el frío de la nevera y sintió, paso a paso, el recorrido que hacía el agua hasta llegar al estómago. Repitió el gesto. Volvió a beber. Las playeras le apretaban y se desató los cordones. Sacó un pie, después el otro. Y se quedó descalza sobre el asfalto. Empezó a bailar con los dedos, huyendo de unas hormigas que se amontonaban alrededor del pie. En ese momento nada parecía importante y el tictac del reloj se congeló. Reinaba un agradable silencio. Ese silencio era diferente al que había en otros lugares donde la ausencia de ruido iba endosado al dolor. La semana no había sido fácil. Las nubes grises tamizaban la tarde y manchaban con sombras el suelo. Le resultó extraño no ver a nadie por allí.  Miró hacia la derecha hasta que le escocieron los ojos. Miró hacia la izquierda.  El borde de la carretera, las casas,  y los árboles, estaban ordenados y perfectos. El año estaba siendo imperfecto y no venía con un libro de instrucciones. La tarde fue cayendo.  Y así como se desvanecía, se fue definitivamente. Ella también regresó. Era hora de volver a casa. Allí se encontraría con otro silencio.

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