Voy descalza para sentir el roce de las palabras. Escribo y leo. No hay otra forma más profunda de vivir.
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Las zapatillas
Fue
uno de los regalos de mi hermana. El lazo de raso competía con el
brillo de las guirnaldas del árbol que decoraba el salón. Aproveché un
despiste de mi hermana y las cogí. No se dio cuenta porque estaba
preocupada en averiguar el contenido del resto de paquetes. Comencé a
bailar y a imaginarme que era la bailarina que aparecía en los cuentos
que leía cuando llegaba del colegio. Volé por los aíres,
arrastrada por la ilusión de hacer realidad lo que más me gustaba.
Llegué hasta la barandilla de la escalera para imitar los plies y demi
plies que había visto en los cuentos. Mis pequeños pies se escurrían
dentro de las zapatillas. Salí rodando por los escalones. A la
semana siguiente, mi hermana y sus compañeras de danza, bailaban en el
teatro de la capital. Habían conseguido salir de la plaza del pueblo al
imponente Pérez Galdós. Mi madre se emocionaba con cada movimiento que
veía sobre el escenario. Yo apretaba mis manos en la butaca, también
lloraba, aunque mis familiares pensaban que era el corsé el que me
presionaba en la espalda. En esas navidades comprendí que hay sueños que
se pueden disfrutar mirándolos desde lejos.
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