Ya no sabía qué hacer para completar su pirámide de Maslow y subir de nivel. Tenía claro que si sus necesidades básicas no estaban cubiertas, las superiores no las podría alcanzar. Estaba harta de recibir las flechas de perdedora y de encogerse de hombros cuando le preguntaban por su situación personal. En el libro de autoayuda que tenía sobre la mesilla de noche se resaltaba que la suerte estaba en uno mismo. Sentía que estaba atascada en la base de una pirámide que solo le cubría comer, dormir y respirar. Ya era hora de avanzar y desatar los nudos que la tenían anclada.
Aquel sábado de abril, salió a la calle con la ropa interior al revés. La camisa y el pantalón los llevaba enseñando las costuras. Las etiquetas de la composición de los tejidos estaban visibles sobre su espalda y su trasero.
Algo tenía que hacer para subir escalones y comprobar los resultados de una teoría propuesta por un psicólogo hacía años. Empezó por dentro. Sacando desde el interior hacia el exterior, y con la esperanza de que la suerte saliera, también hacia el exterior.

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