Vivir para escribir.

Los verbos, los adjetivos y los sustantivos se maceran en nuestro interior después de un domingo de lectura. Hay que dejar pasar las horas, como los buenos adobos, que reposan en la nevera para ablandar la carne y conseguir que sea más sabrosa. Una tarde de lectura da para tragar mucho y engullir historias escritas por otros, que luego se mezclan con una emoción y buscan el sujeto y predicado correcto para crear un poema o un relato corto. Los textos nacen en un domingo de lectura o en mitad de una noche abrigada con una manta. No vienen solos, como tampoco llega el llanto descontrolado o las risas explosivas que lo generan. Para escribir, hay que estar leyendo y viviendo.
(Labailiarinadescalza)

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