La Promesa


Van todos hacia el mismo destino aunque lleven una promesa diferente. Caminan despacio en las pendientes, y echándose unas risas en los tramos más largos. En la puerta del templo se secan el sudor del esfuerzo, apurándose a entrar, como si hicieran apuestas para llegar primero hasta el manto de la virgen temiendo que por un despiste su petición no se oiga. Rezos en silencios y plegarias bañadas en lágrimas. Piden salud para un familiar enfermo o un aprobado para su hija que está en su último año de carrera. Los más creyentes oran de rodillas con la mirada de devoción hacia la patrona engalanada, y mezclados entre los alborotos, están los que no creen y que esconden sus vasos de ron con un gesto irónico a ver si entre tanto fervor religioso algo pueden conseguir. El ambiente es irrespirable, con olor a chorizo entre los empujones de la gente que acuden al norte de la isla a cumplir con la tradición.
Un 8 de septiembre todos los caminos de la isla llegan a Teror, y el deseo de que los problemas no nos caigan como bloques compactos que destruyan nuestras rutinas, también. Mañana quedará unas cuantas ampollas en los dedos gordos de los pies, la resaca de la noche en vela y la sangre rebosante de optimismo después de un esfuerzo y el encuentro con los amigos.
A lo largo del año hay que seguir caminado en pendientes o en tramos largos. Engulléndonos en el placer de pasear por la hierba fresca o con el aprendizaje de apartar piedras pesadas que solo aparecen para sorprendernos de la fuerza que tenemos. La promesa está en no abatirnos jamás.
(Labailarinadescalza)

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