El seísmo

Acababa de llegar de la oficina, y estaba dispuesta a descansar. Pero el temblor de la lámpara de hierro comprada en las rebajas de Leroy Merlín, me hizo salir corriendo de la habitación. Salí espantada, con el susto acompañándome en el cuerpo, y con el pensamiento de que no se lo contaría a nadie porque me tomarían por loca. No sabía a dónde mirar, ni siquiera quería pensar que alguién se había escondido debajo de la cama y me estaba gastando una broma difícil de digerir.
Una hora más tarde ya comprobé que no había sido una broma, ni me estaba volviendo loca. Lo que había sentido era un seísmo de grado 3,5. La tierra se manifestaba y mandaba una señal de que también estaba viva.


¿Por qué pasó?. Dejando a un lado las teorías que los especialistas lanzan, a mí sí que me dejó claro, que aquí estamos para lo que estamos. Que nos enfundamos con muchas chaquetas que la cultura, la sociedad, o la religiones, nos van colgado, y que a la larga, no sirven para nada. Unas chaquetas que van teñidas de miedo, se manchan de culpas, y guardan en su bolsillos odios y envidias. Sólo cuando tienes el valor de dejar esa chaqueta a un lado, te fijas en los pasos que no diste por el peso que llevabas encima, en las veces que te quedastes sentanda detrás de la ventana mientras veía la fiesta pasar por la calle, e incluso, la noche que saliste corriendo cuando te dijeron que podías amar con locura.
Por eso prefiero vivir ligera de equipaje, ser positiva y estar aquí y ahora. Sin importarme lo que los otros hagan. Sin que me afecten los que los demás piensen de mis actos. Quizás mañana ya sea tarde, porque aparece cualquier terromoto y sin darte explicaciones, arrasa con todo.

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