Las manos
Me
peinaba todos los días para llevarme al colegio. Cogía mis matas de pelo y las
unía para hacerme una trenza bien apretada. En mi taza preferida echaba leche y
algunos cereales, siempre dudando, si los quería de chocolate o de miel. Me
miraba mientras desayunaba, como el que mira una obra de arte en un museo. Los días que hacía frio me enredaba una
bufanda de lana en el cuello. Cuando estaba preparada, me llevaba hasta la
misma puerta del colegio. Caminábamos acompañadas por sus historias. Hablaba de
los juegos con los que se entretenía cuando era pequeña. De aquella muñeca que
hizo con un carozo de piña y que vistió con retales de tela. Escuchaba a mi madre
y pensaba que algo maravilloso había dentro de ella para ser tan fuerte y
valiente. Me encantaba presumir de mi ella delante de mis amigas. Me sentía
orgullosa a su lado. Me decían que era muy guapa, alta y educada, y que había
heredado sus ojos azules. Su olor, a jazmín y naranjo, estaba conmigo hasta que
llegaba la hora del recreo.
Este
verano ha hecho mucho calor. Pasamos las tardes sentadas en el sillón del salón
mirando revistas de famosos. La ayudo a pasar las páginas y le leo, tantas
veces como me lo pide, las frases que no entiende. Los momentos que paso a su
lado me recuerdan a los juegos que inventábamos cuando me acompañaba hasta la
puerta del colegio. Ahora soy sus manos. Le doy agua cuando me la pide y la
ayudo con los cubiertos a la hora de la comida. Me acaricia para agradecerme
todo lo que hago por ella y siento que en su piel agrietada sigue intacta la
fortaleza que me trasmitía las tardes que me contaba aquellas historias que me
ayudaron a crecer. Tengo miedo de que esa fortaleza no sea suficiente para
mantenerla durante mucho tiempo a mi lado. Quiero verla como fue, con los ojos
azules mirándome mientras desayunaba. Su manera de echarme la leche en mi taza
preferida. Sus dedos enredando mis matas de pelo para hacerme una trenza bien
apretada. Y la delicadeza con la que sostenía mi mundo para que no me cayera. Los
días que estoy triste pienso que, cuando ella ya no esté, no encontraré unas
manos que me protejan tanto como lo hicieron las suyas.
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