Ansina

A veces, cuando camino descalza, mi madre me dice que voy a sorroballarme los pies. Me río cuando la oigo. Mi madre dice sorroballar como también dice abollado, magua, arrequintado, cambado y un sinfín de palabras que, muchas de ellas, resultan chocantes cuando las escuchamos en una conversación. Nuestros mayores son maestros en el uso del léxico canario. Su vocabulario se nutría de otras palabras. Por eso, mi madre se asombra cuando me río, porque ella creció sorroballándose los pies.

Me los imagino a ellos, a todos nuestros mayores, en sus paliques a la salida de misa. Se llamarían bobomierda sin considerarlo un insulto. Las mujeres irían emperchadas, con batilongos y las bembas encarnadas. Los hombres con cachimbas canelas y con nifes apretujados en el fajín. Para ellos, el día de misa, sería un día de belingo donde podían novelear un pizco con los vecinos. Los más galletones, safados por la edad, mirarían a las guayabas. Los chiquillajes aprovecharían para jugar con sus boliches y sopladeras. Cuando tenían jilorio, papeaban asocados en algún bochinche. Y los más zalameros cantarían isas y folias mientras el cura miraría sentado sobre algún bloque.

Me gusta cuando en mitad de una conversación aparece fleje o entongado. O cuando te pregunta algún godo: ¿Y eso qué significa? Pero pienso que, cuando desaparezca la voz de los mayores que las usaban con naturalidad, nos regañaremos con algunas de estas palabras que forman nuestra lengua.

 

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