Alcanzar la meta

 

Todo aquello que resulta complicado de conseguir es lo que más valoramos cuando lo logramos. Ocurre con diferentes situaciones en las que nos enfrentamos en la vida: encontrar un trabajo, una nueva casa, incluso, hacer ese viaje que tantas veces has soñado. El cansancio se olvida cuando alcanzas la meta.

Ahora, que comienzan las vacaciones, y que visitamos ciudades que están a cientos de kilómetros de nuestras casas, descubrimos lugares de difícil acceso pero que nos empeñamos en pisar para disfrutar de la maravilla que ofrecen. Hay que subir escaleras empinadas, caminar en una pendiente y sufrir cuarenta y un grados de temperatura. En la cima, cuando llegas, te encuentras toda una ciudad delante de tus ojos. Y ahí, con el espectáculo que tienes cerca, dejas de sentir las llagas en tus pies y se seca por arte de magia el sudor que traes en la frente. El cansancio da paso a la sensación de tranquilidad en tu cuerpo. Con la respiración entrecortada, quieres quedarte con todo lo que ves: edificios con arquitectura renacentista, la catedral más bonita del mundo y un puente medieval del que parece que las casas están suspendidas en el aire.  En tu posición privilegiada, te imaginas a los artistas, siglos atrás, creando en esas calles llenas de arte.

El cansancio no aparece en las fotos que sacas. Ni siquiera lo nombras cuando hablas de las anécdotas vividas. El cansancio desaparece, como también desaparece la imagen de aquella mujer que se sentó a tu lado en el tren y de la que sentiste lástima porque viajaba sola y sin billete. O como se olvida la impotencia que sentiste cuando no encontrabas la parada de bus que estaba señalizada en el Google Maps. Será la nostalgia la que te traerá, de vez en cuando, algún momento agradable del viaje que hiciste un caluroso mes de julio y que pudiste hacer después de haberlo soñado tantas veces.

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