La lluvia

 

Los días de lluvias traen recuerdos antiguos. Ha llovido y las calles huelen a melancolía. Los recuerdos tienen la característica de permitirte cambiar tu entorno y llevarte a un momento lejano, que fue tuyo. He vuelto a ver las calles en las que me gustaba mojarme y en las que no existía el miedo. Los charcos eran enormes y podía meter los pies dentro de ellos para sentir el frío en los dedos. Las emociones estaban sin estrenar y los sueños que rondaban por la cabeza eran posibles. La lluvia empapaba las hojas de los árboles sin prisas y, viendo esa lentitud de la naturaleza, los minutos pasaban despacio. Eras capaz de todo: de creerte que la lluvia guardaba las lágrimas de las nubes. Las calles tenían un olor distinto, limpio, sin impurezas, y en el que cuidabas cada detalle para que fuera eterno. Disfrutar. Tocar el borde del banco de la plaza para quitar las gotas de agua, sin importarte que el frio calara la ropa y los huesos. La sensación de que la vida era un juego en el que siempre ganabas. Una calma que solo está en la memoria. Los recuerdos son eso: regresar a un lugar en el que un día estuviste y en el que te reías con lo que hacías. Ha llovido y, ahora cuando llueve, te das cuentas de que en las cicatrices que tienes se filtra el agua de forma diferente a tu recuerdo.

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