Una buena relación
Nunca te decepciona. Te
sostiene cuando lo necesitas y está a tu lado en los momentos más complicados
de tu vida. Siempre te ofrece la palabra justa, el verbo que cura la herida y
el argumento con el que puedes calmar el vacío de cualquier ausencia. Te elige.
O tú lo eliges. Y te invita a que entres en él sin miedos y sin atajos.
Mi primer libro llegó con los
trece años cumplidos. En aquella época no sabía que sería el primero de muchos
que vinieron después. No he olvidado el color de su portada ni el olor que
tenía. Ni ese primer argumento con el que soñé y con el que empecé a inventar
historias encerrada en las cuatro paredes de mi habitación. Me parecía
asombroso que, cientos de letras enlazadas unas detrás de otras, me acompañaran
cuando no había nadie a mi alrededor. Puedo verme todavía con él entre mis
manos, abrazándolo para que no se marchara de mi lado. Un buen comienzo determina lo que vendrá después, y ese libro llenó mi vida de historias. Y, aunque ya está amarillento y con las esquinas dobladas, lo conservo en un hueco de
mi estantería. A veces, cuando veo su lomo sobresaliendo de la balda, sé que
quiere contarme algo. Entre sus páginas retumba la emoción que me llevó a
descubrir el placer de la lectura.
Un libro es el abrazo cálido y un
lugar en el que refugiarte. Ya lo vivimos durante el confinamiento, que los
libros fueron los primeros que resistieron y estuvieron cerca para apoyarnos
cuando más solos estábamos. Leemos porque en los libros salvamos dudas y
encontramos certezas. Un libro sabe qué darte en cada instante y hace todo lo
posible para sacarte de la rutina. Y, aunque lo abandones en cualquier rincón,
cuando regresas a él, te recibe con los brazos abiertos y sin rencor.
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