Coleccionaba frases de cualquier tema, como el que coleccionaba conchas o sellos antiguos. Cualquier oportunidad o conversación era motivo para incrementar su tesoro de letras engarzadas a mensajes u opiniones. Algunas, las memorizaban nada más oírlas, sin ningún esfuerzo, como si aquella retahíla de palabras se acoplaran a su mente y tuvieran la necesidad de quedarse allí con ella. A veces, en mitad de una conversación con una amiga o en el almuerzo familiar, usaba sus frases como un buen recurso para no quedarse callada y que se descubriera su timidez.
Por eso se enamoró de aquel hombre con el que un día intercambió una de sus aficiones. La historia de los dos estaba hecha de frases recopiladas, se mordía con versos y se dejaban notas con acentos en la nevera cuando salían a sus trabajos. Suavizaban sus enfados con monosílabos, para que así se olvidaran más rápido y poder seguir uniéndose apasionadamente con las letras. Lo que jamás colocaban a las frases que compartían era un punto y final, porque toda aquella colección compartida, tenía que seguir creciendo y aumentando.
(Labailarinadescalza)

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