Las excusas hay que dejarlas a un lado. Mirarlas unos segundos y buscarles una puerta para que se evaporen lo antes posible. Es difícil hacerlo y aprender una táctica que te libere lo antes posible del "ay". Esta tarde he estado revisando textos viejos que tengo sin terminar y me doy cuenta de la cantidad de excusas con los que he sombreado cada palabra o frase. Será el motivo que me llevó a dejarlos abiertos y que hace que me resulte imposible retomarlos. Las excusas y ese pasado están en ellos. Hay algo atascado, quizás se trate de otros tiempos en el que escribir abiertamente me hacía sentir semidesnuda y con la sombra de mi crítica sobre la espalda. Ahora ese sentimiento está, pero menos (¡con lo que me espera!). Tampoco es que salga con la piel hecha jirones a la calle, pero sé la necesitad que me lleva a escribir, la razón que me hace ver a la poesía en cada instante y el empeño que tengo en encontrar nuevos argumentos que me permita sentir la esencia de lo vivido. Todo esto está en lo que escribo. Nadie lo sabe porque cada cual interpreta lo que cree según lo que lee. Muchas cosas no las público, pero en todas aparecen una nueva etapa en la que escribir me permite ponerle nombre a lo que me sucede, a salir de la mudez rutinaria y a minimizar los días cuando se presentan demasiado tráfagos.
Pienso qué sería de todos estos textos aparcados si los liberara de tantas excusas. Creo que no merece la pena pensarlo, sino reescribirlos.


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